Jesús y su misterio |
escrito por Editor VOPUS | |||||||||||||||||||||||||
Son muchos los libros, tanto de historia, antropología, filosofía y religión que abordan de una u otra manera la mágica figura de este personaje, real o imaginario, ya que ha fascinado en todos los campos desde donde se le estudia. De entre toda esta información que barajamos intentaremos entresacar de manera didáctica una correlación de hechos y de figuras históricas que han sido importantes y han marcado, sin lugar a dudas, la trayectoria individual y colectiva de los pueblos que estaban implicados. Como premisa al presente trabajo decimos que la nomenclatura de fechas a utilizar las reflejaremos (al igual que ya muchos autores modernos así lo hacen) como a.e.c. (antes de la era común) y d.e.c. (después de la era común) para evitar las oficialmente establecidas de a.C. y d.C. (para antes de Cristo y para después de Cristo), por no estar de acuerdo con esta terminología, ya que se utiliza de manera monolítica y sesgada, sin tener en cuenta que Cristo no es una persona sino una fuerza que espiritualiza a todo aquél que es capaz de encarnarla. Por tanto Cristos (Ungidos) ha habido muchos y concebir que sólo y únicamente ha existido el Cristo Palestino en la figura de Jesús es empezar no siendo ecléctico con nuestra manera reposada de contemplar la historia. Lo que no podemos discutir es que la figura de Jesús se concibe dentro del pueblo judío, por tanto es totalmente necesario hacer una breve parada a fin de conocer el mismo. El pueblo judío empieza a tener entidad como tal con las doce tribus que forman los doce hijos del patriarca Jacob (aquél que resistió al ángel del Señor toda la noche y por su tozudez le cambió el nombre a Israel): Aser, Benjamín, Dan, Gad, Isacar, José, Judá, Leví, Nephtalí, Rubén, Simeón y Zabulón. Las tribus de Rubén, Simeón, Leví y Judá tenían además de un Patriarca una madre común y esto hizo que se formarán alianzas de mayor grado entre ellas, de hecho, el término judío viene del hebreo yehudí, que en un principio sirvió para denominar a los miembros de la tribu de Judá y luego a los habitantes de Judea, que era el nombre que desde fuera le daban a ese territorio palestino, mientras que los judíos que vivían allí lo llamaban “Eretz Israel” (país de Israel). La época de mayor esplendor llega en el s. X a.e.c. con el rey David y con su hijo Salomón, constructor del primer Templo de Jerusalén. El rey asirio Sargón III destruye el reino de Israel en el 721 a.e.c. y deja el territorio como una de sus provincias hasta que el rey Nabucodonosor II la conquista en el 597 a.e.c.; a partir de entonces las revueltas se suceden pero el dominador es más fuerte y en el 586 a.e.c.. llega hasta Jerusalén y destruye el Templo, símbolo del pueblo por excelencia, deportando a miles de sus habitantes a Babilonia. Es aquí donde este pueblo, rebelde donde los haya, forma una gran colonia con los ya existentes en estos territorios por las deportaciones y migraciones que habían tenido lugar desde la caída del reino de Israel en el 721 a.e.c. De entre sus filas surge el profeta Ezequiel, ocupando el liderazgo de esta comunidad babilónica y manteniendo su unión en base a cambiar la patria política por la espiritual, siendo el ritual y la tradición lo que empezó a imperar en la vida de los exiliados. Los escribas toman protagonismo y ponen sobre el pergamino sus leyes y tradiciones. Un aire de esperanza comienza a fomentar en la mente y el corazón de todos sus miembros: el pertenecer a un pueblo, unido por su fe, sin territorio, pero con una idea clara, la de volver tarde o temprano a su amada patria y reconstruir en la ciudad de David el glorioso Templo que en tiempos ya lejanos levantara su hijo Salomón. Y el tiempo llega, si la llama de la esperanza no se desvanece, por haberla mantenido viva contra viento y marea. Apenas pasados 70 años, en el 539 a.e.c. el rey Ciro II “El Grande” sube al poder y autoriza a todo miembro del pueblo judío que quiera, el regreso a la tierra de sus mayores. Cuentan las crónicas que al mando de Zorobabel, un príncipe de la estirpe de David, 42.360 judíos, 7.337 esclavos, caballos, mulos, camellos y todo tipo de enseres se pusieron en marcha y dos años más tarde llegaron a su amado destino, construyendo sobre las ruinas del primer Templo el segundo y último de ellos, hecho que consumaron, básicamente, en el 516 a.e.c., fecha que marca el verdadero fin del exilio babilónico (del 586 al 516 a.e.c.). A lo largo de los siglos que nos quedan hasta enlazar con la época de Herodes El Grande (siglo I a.e.c.), hubo más migraciones aunque no de la talla de ésta, pero sí conviene señalar otra importante que estuvo capitaneada por un famoso maestro y escriba llamado Esdras. El Templo para los judíos ha representado un hito de importancia capital (al igual que La Meca, siglos más tarde, para el pueblo musulmán). Tanto es así que en la actualidad no se ha reconstruido por tercera vez desde la destrucción de éste en el año 70 d.e.c. por el general romano Tito, y su veneración por él en el día de hoy la exteriorizan en el “Muro de las Lamentaciones” que es lo que queda de ese segundo Templo. Flavio Josefo en el libro V, cap, 5 de “La Guerra de los judíos” nos describe con detalle el segundo y último Templo, empezado en la época de Zorobabel y quedando acabado, en su totalidad, en el 414 a.e.c. A pesar de que éste revestía mayor modestia que el primero, era una gran construcción para el momento según nos cuenta: “...El lugar más sagrado del templo estaba en medio, y se llegaba a él por doce gradas... Todo el edificio estaba dividido en dos partes, pero sólo la primera parte se ofrecía a las miradas. Su altura era de 80 codos (aprox. 37 metros), su anchura de 20 codos (aprox. 8,20 metros), y su longitud de 50 codos (aprox. 20,5 metros)... La entrada que se hallaba en esta primera parte del edificio, lo mismo que su pared, estaba forrada de oro; en lo alto tenía pámpanos dorados, cuyos racimos poseían las dimensiones de un hombre... La parte interna parecía más baja que la externa y poseía áureas puertas de 55 codos de altura (aprox. 22,5 metros) por 16 de anchura (aprox. 6,6 metros). Las tapaba un velo de sus mismas proporciones. Era una cortina babilónica, azul, blanca, grana y carmesí, maravillosamente hecha... ...Cuando se entraba en el templo se encontraba un recinto de 60 codos de alto (aprox. 24,6 metros) y de igual longitud, siendo su anchura de unos 20 codos (aprox. 8,20 metros). Los 60 codos de longitud se hallaban divididos. La primera parte, de 40 codos, contenía tres cosas famosísimas y admiradas por toda la humanidad: el candelabro, la mesa (de los panes de la proposición) y el altar del incienso. Los doce panes de la mesa significaban los signos del zodiaco y el año. El altar del incienso con sus trece aromas diferentes, traídos de tierras lejanas, alegorizaban a Dios como dueño de todo lo que hay en el universo y en señal de que todas las cosas le servían. El lugar más recóndito del Templo medía 20 codos (aprox. 8,20 metros). Estaba separado de la habitación anterior por un velo. No había nada en él. Era inaccesible, inviolable e invisible: se le llamaba el Sancta Sanctorum...” El pueblo judío se encontraba muy diseminado por Egipto, Siria, así como por muchas de las ciudades ribereñas del Mediterráneo, porque todas, o casi todas, eran helénicas y se desarrollaron como repúblicas in dependientes. Éste estaba tremendamente mezclado con el helenismo imperante en todos estos territorios; tanto es así que entre el siglo II y I a.e.c. en Alejandría, foco indiscutible de cultura, se empezó a traducir el canon bíblico del hebreo al griego (lo que años más tarde se dió en llamar “De los setenta” porque participaron, según cuentan, 6 expertos judíos por cada una de las tribus, siendo esta traducción la que Orígenes envío a Jerónimo para el encargo que tenía del Papa Dámaso en el siglo IV d.e.c. para su traducción al latín de todos estos textos que pasaron a conocerse como La Vulgata). Galilea, en este tiempo, es un territorio independiente y se le conocía como “Galilea de los gentiles” por su insignificante número de judíos que la habitaban, aunque con la llegada de la regencia macabea hay una vuelta a lo judaizante, con una clara imposición de sus normas y costumbres, tal y como lo cuentan los grandes historiadores que se han dedicado a estudiar hasta el último detalle todas estas cuestiones. El estado de Judea hasta el 161 a.e.c. es un insignificante territorio perdido en un gran país como Siria. Herodoto, a pesar de ser muy minucioso en sus crónicas nunca lo menciona a no ser como “los sirios de Palestina”. Desde esta época se gesta una revuelta encabezada por Judas y Jonatán Macabeo que prende como la pólvora y que es mantenida durante largos años por Juan Hircano, Judas Aristóbulo y Alejandro Janneo, llevando al pueblo judío hasta los añorados años de esplendor que tuvieron con Salomón, recuperando un territorio de extensión parecida a la de aquellos gloriosos tiempos. Volviendo a recuperar el reino de Israel con la dinastía de los Macabeos, se llegó a fundar una Palestina judía, insuflando en el pueblo un orgullo de nación como antes nunca habían conocido. Con los reyes herodianos y la dominación romana se perdió todo, hasta el territorio que les había servido durante cientos de años como lugar de asentamiento, pasando a una diáspora que no abandonaron hasta que por decisión de Naciones Unidas en el año 1948 les volvió a otorgar el derecho de habitar como nación en parte de los territorios que hoy todos conocemos como Israel. Desde que los romanos llegan a la zona en el año 65 a.e.c. de la mano de Pompeyo hasta que es nombrado rey Herodes “El Grande” (llamado así por los historiadores helenos) en el 37 a.e.c., lo que había sido el País de Israel ha quedado reducido a un desierto. Los muertos se cuentan por miles y el odio hacia este rey edomita (ya que Herodes era de la región de Edom), más amigo de los gentiles que de su pueblo, se agranda hasta límites insospechados, sobre todo en la región de Galilea, donde los celotes y sicarios resistieron como verdaderos baluartes de una revolución en la que ya pocos creían y sólo el cielo les servía de esperanza para clamar por un Mesías que acabara con todos aquellos enemigos del pueblo que había sido fiel a las Alianzas de sus Patriarcas. Durante el tiempo de Herodes, el Sanedrín dejó prácticamente de existir. Sólo se le permitía abordar cuestiones religiosas sin importancia. El Sumo Sacerdote era puesto y depuesto por este “esclavo edomita” como le calificaban sus súbditos. El pueblo judío engendró un odio que se hizo extensivo a los romanos, ya que ellos eran los que le mantenían en el poder; tanto es así que a veces era sinónimo decir “el reino de Edom o el de Roma” para representar a enemigos comunes. En el año 31 a.e.c. hubo en Judea un terremoto que mató a miles de personas (aprox. 30.000 cuentan las crónicas). En los años 25 y 24 a.e.c. fueron años de penuria en general, ya que el hambre, las plagas y las pestilencias se cebaron con los más desprotegidos. En todo esto el pueblo no veía otra señal que “los tormentos del Mesías” tal como llamaban y concebían los tiempos de su inminente llegada, explicando todas estas penurias como los dolores de parto para que se realizara el advenimiento. Y no fueron pocos los candidatos, que de manera más contundente, o de forma más espiritualizada, se erigieron como tales, en pos de una libertad que su pueblo demandaba. Con estos mínimos ejemplos, lo único que quiero es aproximarme a los datos históricos en forma imparcial, para que nuestro entendimiento pueda discernir al respecto, pero sin menoscabar el valor interno y esotérico que contiene la historia (que entre los cristianos es llamada sagrada) con independencia de creer si es real o inventada. Lo que sí podemos afirmar es que a pesar de la manipulación que a lo largo de los tiempos ha tenido, todavía permanecen invariables claves de inestimable valor para la superación del género humano. No obstante, hemos de mostrarnos críticos a la hora de observar cómo se han homogeneizado las Escrituras, siendo el Concilio de Nicea, primero reconocido que tiene carácter de ecuménico y universal, donde se decidió con contundencia elementos tan importantes como cuál iba a ser el canon de textos que a partir de ese momento se convertirían en oficiales y el resto en proscritos o anatematizados (según las crónicas, ya que las actas son inabordables, hubo que elegir 4 de los 270 presentados. Éstos se pusieron sobre la mesa central de la sala conciliar con el fin de que bajo llave pasaran la noche en el más absoluto silencio, y con la ayuda del Espíritu Santo, todos los obispos pidieron El Gran Juicio de Dios; éste se hizo, pues a la mañana siguiente, cuando el encargado de la llave abrió la puerta, todos los libros estaban en el suelo excepto los cuatro que se convirtieron en los que hoy conocemos como canónicos). En este concilio también se fijó la Semana Santa. Se obtuvo un texto del llamado Credo Niceno y se empezaron a combatir las herejías de todos aquellos que no estaban dispuestos a aceptar que Jesús era Jesucristo, el Hijo único de Dios, la segunda persona de la Trinidad. Se combatió el Arrianismo y el Monifisismo, dejando claro a estas dos doctrinas que Jesucristo fue verdadero hombre y verdadero Dios, y a partir de este momento empezó el calvario, no para ese Hombre que defendían como enviado del Altísimo, sino para todos aquellos que lo cuestionaban o no lo tenían tan claro. Hemos de tener en cuenta que las corrientes filosóficas y religiosas del momento (helénicas en su mayor parte) se centraban en cultos míticos muy antiguos, denominados paganos por la emergente casta sacerdotal, como el de Dionisio-Osiris, Mitra, Orfeo. Así mismo había ya unas corrientes muy poderosas que habían fusionado esta tradición con la cristiana y que la historia y los heresiólogos han llamado gnosis cristiana, en donde se encerraban los misterios y claves universales que otras culturas ya habían experimentado con sus propias idiosincrasias. La tradición a través de los maestros de los misterios paganos hablan del EIDOLON como la materialización de nuestro cuerpo, así como de la personalidad encarnada, ya que el iniciado se siente a sí mismo como tal, y el DAEMON como la parte espiritual que anida en cada uno de nosotros, aunque el iniciado que ha sido iluminado y descubre a su Daemon Individual se da cuenta de que éste es una parte del Daemon Universal, o lo que es lo mismo, todas las almas forman parte del alma de Dios, que es única; por tanto, conocerse a sí mismo es conocer a Dios. Conseguir este estado, denominado de EPOPTAE, sería conseguir la Gnosis. Clemente de Alejandría (Pedagogo 3,1) escribe: “Conocerse a uno mismo es la mayor de todas las disciplinas; porque cuando un hombre se conoce a sí mismo, conoce a Dios”. El sabio gnóstico Monoimo (citado por Mead 1906, p. 223) hace esta bella exposición cuando se refiere a la conquista de esta parte espiritual en nosotros: “Buscadlo tomándoos a vosotros mismos como punto de partida. Averiguad quién hay dentro de vosotros que se adueña de todo y dice: ‘Mi Dios, mi mente, mi pensamiento, mi alma, mi cuerpo’. Averiguad las fuentes del pesar, del gozo, del amor, del odio, del despertar aunque no queráis, y del sueño aunque no queráis dormir, y del enfado aunque no queráis enfadaros y del enamoramiento aunque no queráis enamoraros. Si investigáis cuidadosamente estas cuestiones, lo encontraréis en vosotros mismos”. Por tanto, cuando el gnóstico o el “conocedor” descubre el Daemon se asienta en la realidad de haber llegado al alma del universo, a la conciencia que habita en cada uno de nosotros. Según estos mismos sabios, cuando descubrimos quiénes somos, llegamos a la conclusión de que lo único que hay es Dios. ¿En qué consistía el mito de Dionisio? R.A. Segal nos lo descifra: “El joven dios Dionisio fue entronizado tan pronto como hubo nacido en una cueva de la Isla de Creta. Pero los Titanes le dieron un espejo para distraer su atención, y mientras el niño se miraba en él y quedaba fascinado por su propia imagen, lo despedazaron y devoraron. Sólo el corazón del dios se salvó. Esto quiere decir que Dionisio, al ver su eidolón, su reflejo en el espejo, en cierto sentido se duplicó y desapareció en el interior del espejo y de esta manera se dispersó en el Universo. Según los sabios órficos, esto significa que el alma del mundo se divide y dispersa por medio de la materia. Pero el espíritu del mundo permanece indiviso y puro de todo contacto con la materia. Al descubrir el crimen, Zeus destruyó a los 12 Titanes y con sus cenizas creó el género humano. Este mito explica cómo la chispa divina se manifiesta primero en doce hombres arquetipos, los signos del Zodíaco y después, en la multitud de seres humanos que nacen bajo la influencia de uno u otro de los signos. La Ultima Cena es un sacrificio de este tipo, en el cual, el cuerpo de Jesús es consumido simbólicamente por 12 seguidores suyos”. En muchos de los mitos Osiris-Dionisio muere desmembrado. En ello puede verse la simbología del trigo que se deshace bajo la trilla para convertirse posteriormente en pan y en el pisado de la uva que sucumbe para producir vino. Más el mito osiríaco va más allá y vemos a Osiris desmembrado por su hermano Set, personificación del Mal y a Isis, su consorte, que busca sin descanso los pedazos para volver a juntar lo disperso (religare) que en la senda espiritual sería percibir el Uno en Todo. (“Yo soy lo que el Creador es; luego yo soy la Presencia en todo lo creado”). En la Pistis Sophia el Jesús resucitado, o el Jesús muerto para el mundo, enseña que sólo alguien que se ha convertido en un Cristo conocerá la Gnosis suprema del Todo. “El cuerpo es una tumba” dice Platón en Felón. Los iniciados que experimentaban la resurrección mística reconocían su identidad verdadera como el Cristo y descubrían, al igual que las mujeres en la historia de Jesús, que “la tumba estaba vacía”. Buscamos a la identidad real y el cuerpo no es una identidad real, pues es el eidolón que vive y muere; buscamos al TESTIGO ETERNO, punto de apoyo que Arquímedes trataba de encontrar para ejercer de anclaje a la palanca que voltearía el mundo conocido y nos daría acceso a la sensibilidad de ese otro mundo siempre nonato e imperecedero. Ahondando un poco en esta cuestión, diremos que la versión original del Evangelio de Marcos, la crónica más antigua de la historia de Jesús, no hablaba nada de la resurrección. Lo referente a este episodio se añade posteriormente, tal como creen muchos eruditos en el tema. Por tanto, este evangelio terminaría cuando las mujeres encuentran el sepulcro vacío. Los evangelios gnósticos empiezan donde acaban los ortodoxos, ya que no se ocupan de su vida sino de sus enseñanzas. Esto puede hacernos pensar que la historia contada en los evangelios era para atraer a los principiantes al camino espiritual, ya que esas enseñanzas podían llevar al mismo hasta el sepulcro vacío, insinuación de los misterios exteriores, pero una vez llegado a este punto podría participar de los misterios interiores, o lo que es lo mismo, de las enseñanzas del Cristo resucitado, capacitándole a través de su propia experiencia mística directa y de un camino de muerte y resurrección iniciática para poder llegar al reconocimiento de su identidad real más profunda, el eterno daemon universal, su Cristo Intimo.
Los niveles de Conciencia, tanto los paganos como los cristianos, estaban vinculados de forma simbólica a los elementos. Y las iniciaciones que llevaban de un nivel a otro se simbolizaban por bautismos:
Los iniciados, tanto paganos como aquellos cristianos que se iniciaban en los misterios de Jesús, encontraban tres hitos interpretativos que les daban las claves necesarias y suficientes a medida que avanzaban en su iniciación, éstos se postulaban como: LITERAL, MÍTICO y MÍSTICO. LITERAL: Los cristianos psíquicos habían experimentado el primer bautismo por agua y habían sido iniciados en los misterios exteriores del cristianismo. Interpretaban la historia de Jesús como la crónica verdadera de una persona que literalmente volvió de entre los muertos. MÍTICO: Los cristianos pneumáticos habían experimentado el segundo bautismo por aire (aliento santo o espíritu santo), habiendo sido iniciados en los misteriores interiores del cristianismo. Interpretando la historia de Jesús como un mito alegórico que encerraba enseñanzas cifradas sobre la senda espiritual por la que andaba el iniciado. MÍSTICO: El grado alcanzado en este bautismo, el del fuego, era el de gnóstico, por haber reconocido su identidad como un Cristo (el logos o daemon universal). Trascendían la necesidad de cualquier enseñanza, incluida la historia de Jesús, ya que habían descubierto que Su palabra es Camino y Su cuerpo Fraternidad. Terminaremos con un texto de Orígenes (de su Filocalia) que dice: “Se han cometido muchos errores, porque la mayor parte de los lectores no han descubierto el método correcto de examinar los textos... El método correcto consiste en comprender los tres niveles en que actúan las Escrituras. El más bajo es la interpretación literal. El siguiente nivel, para quien haya avanzado un poco, es un nivel alegórico que edifica el alma. El último nivel, que revela la gnosis, es para quien sea perfeccionado por la ley espiritual... Siguiendo esta triple senda, el iniciado cristiano avanza de la fe a la gnosis”. (Orígenes, 185-254 d.e.c., nació en Alejandría, estudió filosofía con Plotino bajo el magisterio de Amonio Sacas. Se hizo alumno de Clemente de Alejandría y se castró a sí mismo de acuerdo a Mateo 19,12. Considerado tradicionalmente como literalista, a pesar de que sus obras tienen mucho más de gnosticismo, fue condenado de manera póstuma como hereje por la iglesia romana en el siglo V). Comentarios (2)
Manuel Astudillo said:
JONATHAN said:
Escribir comentario
|
< Cielos e Infiernos ¡Descúbrelos! | Hebreos, Islamistas y Cristianos > |
---|
Revista BARBELO |
Ciencia |
Arte |
Filosofía |
Mística/Religión |
Conocimiento Gnóstico |
Artículos interesantes |
Para reír |
Sabías que… |
Recomendaciones |